En una ocasión mi madre contrató para el servicio, a una mujer de aspecto joven, su figura era curva y tenía unos pechos firmes y redondos, claro que eso no lo sabía hasta que lo descubrí un tiempo después.
Bajaba de mi dormitorio un domingo por la mañana, no me sentía del todo bien, pues tenía una resaca del demonio y lo único que mi cuerpo pedía era agua; llegué a la cocina en busca de un gran vaso con agua y me encontré con ella, su nombre era Gabriela y calculo que su estatura no sobrepasa los 1.67mts, llevaba puesto el uniforme de la empleada anterior y como la anterior señora de servicio era más pequeña que Gabriela, el uniforme le lucía espectacular, un poco corto, lo suficiente para dejar volar mi imaginación; podía observar sus piernas que por cierto estaban muy bien cuidadas y formadas.
Tomé dos vasos con agua y de repente escucho a Gabriela reírse con cautela, la regreso a ver y me pregunta si estoy con resaca, asiento con mi cabeza y me dice que podría prepararme su especialidad que revive hasta el mismísimo diablo, agradecí su atención y le dije que primero iría por un baño y luego bajaría a probarla.
Al terminar mi refrescante baño me di cuenta que no había toallas para secarme así que le grité a mi madre que me pasara una, pero ella había salido temprano en la mañana. De repente escucho a Gabriela gritarme ¿puedo ayudarle en algo?, no tenía de otra, así que, le pedí me pasará una toalla. Escuché los pasos de Gabriela subiendo las escaleras y el rato menos pensado abrió la puerta y viéndome desnudo me dijo aquí tiene su toalla.
Su mirada se desvió directo a mi pene, sonrojada se disculpó y salió corriendo, para mí fue un momento algo incómodo pero excitante, pues la mirada de Gabriela más que de asombro fue de deseo. Una vez vestido bajé a probar la especialidad de Gabriela, ella no me regresaba a ver, pero una sonrisa pícara en su rostro hablaba por sí sola.
Traté de romper el hielo y comencé a entablar conversación cuando de repente me enteré que estaba casada, su confesión no fue algo que me sorprendió, pero eso hacía que me atraiga más; subí a mi cuarto a recuperar el sueño perdido la noche anterior y soñé con Gabriela, soñé que le hacía el amor y desde ese día solo quería hacerla mía, ¡siempre tuve la fantasía de cogerme a la empleada!, pues ninguna empleada estaba tan buena como Gabriela.
Para mi suerte entré en época de vacaciones universitarias, así que, pasaba más tiempo en mi casa y veía por mucho tiempo a Gabriela, mis padres trabajaban todo el día así que la casa estaba apta para cumplir mis fantasías. Gabriela y yo entablamos con el tiempo una linda amistad, tanto que teníamos la confianza de conversar de cosas íntimas, fetiches, fantasías, gustos y disgustos sexuales.
De pronto se me ocurrió preguntarle si tenía lunares sexys, me sonrío y asentó con su cabeza, desabrochó la blusa de su uniforme y me enseño uno que tenía en su pecho izquierdo casi llegando al pezón; el turno era mío, así que, sin nada de vergüenza, le enseñé uno que tenía en la punta de mi pene. Para ser sincero me sentía tan excitado que mi miembro alcanzaba la máxima erección.
Gabriela acercó su mano a mi pene y lo tocó, me lo acariciaba riquísimo, llevados por el éxtasis me acerqué a su boca y la empecé a besar y sin miedo recurrí a tocar su cuerpo; subimos a mi cuarto y empezamos a desnudarnos, su cuerpo era perfecto con curvas y pechos redondos con unos pezones rosados y pequeños, su parte baja estaba caliente y húmeda.
Llevada por el éxtasis, ella me pidió que pusiera una película porno, ese era uno de sus fetiches, me confesó que había visto que en mi cajón había unas cuantas, y cada vez que yo no me encontraba en casa, ella las ponía y se masturbada pensando en el día en que ella y yo cogiéramos.
Ella se masturbaba con una mano y con la otra agarraba mi pene, yo besaba su boca y acariciaba sus senos, me puse encima de ella y comencé a besarla de pies a cabeza, me detuve en su vagina, recorriéndola con mi lengua y chupándola con fuerza, seguí recurriendo su cuerpo hasta llegar a su trasero, la besé toda y metí mi lengua, ella se retorcía de placer.
Coloqué mi pene en la entrada de su vagina y de un solo golpe se la metí toda, mis fantasías se estaban cumpliendo, estaba apretadita y muy húmeda, empecé a cogerla rápido y cada vez más fuerte, ella gritaba de placer, cuando de pronto una sensación recorrió toda mi columna vertebral, ¡me venía!, mientras ella se retorcía en un rito de placer, saqué mi pene de su vagina y llené todo su vientre y cara con mi esperma, no podía dejar de hacerlo, era increíble jamás me había pasado algo así.
El éxtasis inundó toda mi habitación, fue una experiencia fuera de serie y ahora no veo la hora en volver a repetir aquel rico momento.